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A cualquier presidente –inclusive hasta Vicente Fox– hay que temerle hasta el 2 de diciembre, día en el que se termina su mandato.
Y es que, un presidente tiene la misma fuerza, hasta en los momentos en los que ya no le queda nada, ni credibilidad, ni programas, ni proyecto, que tiene un tiranosaurio rex en la cola, capaz de destruir cualquier cosa con un simple reflejo.
Ahora la realidad es tozuda como decía Lenin, y cada día nos va demostrando que el país tiene tres discursos.
Por una parte, el de aquellos que ya no aprecian a la política, ni esperan, ni creen en nada.
Por otra, el de los políticos a los que alguna vez les llenamos el estómago y después mediante el Infonavit y otros grandes institutos nos pidieron darles algo a cambio.
Y finalmente, está el discurso de los que están en el poder, en un juego cada vez más autista y más desconectado, donde se pronuncian discursos que sólo van dirigidos para sí mismos, lo cual no les resta su condición letal y peligrosa para el país.
Sin embargo, lo más importante es que ni con la amenaza de tener a Trump enfrente, ni con la mayor tragedia humanitaria que ha tenido México, ni con lo que significa acabar con 21 siglos de conquista civilizatoria rompiendo la última barrera que existe al separar a los padres de los hijos; hemos sido capaces de que en este momento exista un discurso coherente.
La unidad es la bandera de nuestro país, sin embargo, las condiciones en las que estamos exigen que esa unidad se plasme en programas, en pesos, en centavos y en resultados.
Porque no basta con decir que el sistema de educación mexicano está listo en términos de infraestructura para recibir a los dreamers, puesto que un dreamer no sólo es una realidad física, también es una realidad abstracta que representa un sueño. Y justo de eso se trata porque, ¿cuál es el sueño que podemos seguir ofreciendo?
Termina una semana más con un balance que resulta muy peligroso, puesto que irá agotando en sí mismos los diferentes planteamientos y discursos.
En este momento la gran prueba para la sociedad es que frente a la facilidad con la que se pronuncian tantos discursos contra la corrupción, es importante recordar la experiencia que dejaron 12 años de cambio de partido en el poder que sólo pusieron de manifiesto una nueva modalidad de la corrupción, mas no una disminución de la misma.
Y así, mientras el país arde a ambos lados de la frontera seguimos escondidos en los eslogans y en la convicción de que los pueblos nunca terminan de saber hasta qué punto pueden soportar la ignominia de que nadie se ocupa de los verdaderos problemas y necesidades de la nación.
Twitter @antonio_navalon