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Una vez terminadas las sorpresas de resultados electorales de la pasada jornada, resulta que no fue lo que muchos esperaban, ni tampoco esperaban lo que resultó; se cumplió la voluntad del electorado. Lo cierto que todos los partidos pierden, el porcentaje de votación en algunos casos no llegó al 50% y de este porcentaje la mayoría no llegó a la mitad.
Los partidos políticos –dirigentes y militantes- que lograron el “triunfo” en las urnas, debieran estar preocupados y avergonzados, pero poco les importa gobernar apenas con un 25% del electorado, cuando que el 75% no apoyó a ningún partido.
De tal manera, no logro entender el por qué se enorgullecen de los triunfos electorales dirigentes y militantes ¿Será acaso porque manejarán enormes presupuestos públicos y se abren las agencias de colocaciones en empleos que serán pagados por el erario público?
Seguramente que esa es la mayor razón y alegría que los embarga para festejar y alardear los “triunfos” electorales. Por ejemplo, Chihuahua, según su Instituto Electoral, alcanzó una participación ciudadana del 48.55%. De tal suerte que el 51.45% del electorado no votó en esa entidad federativa. De este último porcentaje, quien obtuvo el triunfo lo hizo con el 39.51% del 48.55%, que no alcanza ni la mitad de la lista nominal de electores. El triunfo es por demás raquítico, menos del 25% del electorado. Pero, eso que importan, el sistema de representación proporcional previsto en nuestra legislación lo hace legal, aunque no legítimo.