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Ante un Partido Demócrata lopezobradorizado por convertir la oposición es estridencia ineficaz, el presidente Trump simplemente ratificó el martes el camino de su proyecto nacional; y ante legisladores pasivos, el canciller Luis Videgaray Caso demostró que lo único que aprendió de la diplomacia es la facilidad para hablar mucho y decir nada.
El problema de la coyuntura política en EU y México radica en la calidad y dimensión de la oposición: allá los demócratas fueron aplastados por un Trump con condición ya de presidenciable rumbo al 2021, pero bastante por la ausencia de alternativas; y en México, el Senado osciló entre el insulto –que también duele– y la incapacidad para definir una posición de Estado ante la reconfirmación de las políticas trumpistas en materia de migración, comercio aislacionista e intervencionismo para luchar en México contra los cárteles del narcotráfico.
Si alguna evidencia faltaba para probar que Trump simple y sencillamente nada quiere con México, muchas salieron en el informe del estado de la nación que dio el martes, pero también para demostrar que Trump no es un político que oscila sus enfoques de gobierno por la coyuntura sino un empresario con líneas claras de gobierno.
Y si alguna evidencia faltaba para confirmar que el Gobierno mexicano carece de propuestas de opciones ante Trump, la comparecencia de Videgaray en el Senado aportó los elementos suficientes para revalidar la percepción de que México aún no sabe cómo tratar con el proyecto de Trump. Algunos, con ingenuidad, esperaban que Videgaray anunciara una opción estratégica, pero se quedaron esperando. Si al tomar posesión del cargo Videgaray dijo que iba a aprender, el martes demostró su capacidad de aprendizaje del estilo crinolina de la diplomacia: decir mucho sin decir nada, como esas prendas femeninas que inflan las faldas para que no toquen las extremidades inferiores de las mujeres.
Y si Trump reconfirmó que seguirá su política migratoria agresiva y discriminatoria, Videgaray también mostró la paciencia del franciscano: que Trump siga golpeando a México hasta que se canse, y luego entonces se sentará a negociar. Lo malo, en todo caso, fue la postura hasta grosera de algunos senadores y complaciente de la mayoría, quizá porque la Cámara alta mexicana vive de la ilusión de que coparticipa en la policía exterior cuando en realidad se reduce (artículo 76 constitucional) a analizar la política exterior y a aprobar los tratados internacionales: nada más.
Con el aval de su congreso republicano y la pasividad estridente lopezobradorista de los demócratas –gritos y abucheos y no propuestas alternativas–, Trump seguirá aplicando y hasta endureciendo su policía migratoria, en tanto que el Gobierno mexicano seguirá a la espera de que “Trump se gobierne”, frase usada en el lenguaje mexicano para decir que entre en razón. En este sentido, la comparecencia de Videgaray fue una pérdida de tiempo.
Como contrapunto apenas visible por la falta de resonancia, Cuauhtémoc Cárdenas presentó en la semana una propuesta para diseñar “un nuevo curso de desarrollo”, basado en resortes internos. Pero está más que claro que el Gobierno mexicano hará hasta lo imposible para rescatar el Tratado de Libre Comercio actual con todo y sus deficiencias de desarrollo y bienestar social, y a pesar de que Trump reiteró el martes que se va a cambiar.
Lo que quedó el martes en el Senado mexicano es la certeza de que no se quiere hacer enojar a Trump.
Política para dummies: la política es la tarea de entender la realidad para encararla, no para esconderla.
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